LOBBIES

5 Jul

 

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Hubo una época, en concreto hasta la en tantos aspectos negativa aparición de los estados modernos, durante la cual los centros neurálgicos de la sociedad lo constituían las familias, los municipios y los gremios de artesanos.

     Hoy, con la llamada globalización, son los mismos estados-nación los que estarían evaporándose, pues los principales centros de decisión ya no están siquiera en sus otrora omnipotentes manos, sino allende sus fronteras, en toda suerte de organismos supranacionales sobre los que carecen de control alguno.

      Ítem más, dentro de ellos y en las últimas décadas se han ido enquistando incontables grupos de presión cuya nefasta influencia va in crescendo sin que nada ni nadie parezca ser capaz de pararles los pies. Hablamos, naturalmente, de todo tipo de lobbies que, harto subvencionados a cuenta del erario público y con la excusa de defender a determinadas minorías (homosexuales, inmigrantes y un largo etcétera de colectivos victimistas) en aras de manidos mantras como la «tolerancia» o la «diversidad», campan a sus anchas propagando sus dogmas contra natura a la par que condicionando el bien común ante la inacción (por no decir complicidad) de los poderes estatales.

      Y es que una vez se otorga una subvención a un determinado organismo, observatorio u ONG, es prácticamente imposible eliminarla, sólo puede ir a más, generando un clientelismo que, amén de ser el primer interesado en cronificar el problema que presuntamente venía a solucionar, a la postre aspirará a influir -en su beneficio exclusivo, por supuesto- en las subsiguientes decisiones políticas del Gobierno de turno.

      Frente a tal desorden de cosas, el proceder de aquellos que defendemos recuperar las virtudes y valores tradicionales no sólo debe ir encaminado a denunciar semejante proceder mafioso tanto de quienes desde el exterior pretenden diluirnos en engendros economicistas y/o mundialistas tipo UE como de quienes desde el interior buscan licuarnos con sus totalitarias ideologías disolventes en amalgamas multikulturales compuestas por individuos atomizados sin pasado ni raíces.

        Debe dirigirse también a preservar, en la medida de lo posible y desde nuestro entorno inmediato, aquellas estructuras valiosas (caso, por ejemplo, de los numerosos concejos milagrosamente todavía existentes en muchos lugares de España, ésos que durante siglos han permitido a los habitantes del mundo rural nada menos que administrar sus propios recursos comunales y sin el concurso de los politicastros de turno: pastos, montes…) con las que algún día (ojalá más temprano que tarde) poder volver a cimentar una Patria ahora en ruinas.

RICARDO HERRERAS 

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