Nacida como una de las propuestas estrella de los popes (Derrida, Deleuze, Vattimo) del celebérrimo mayo parisino, la corrección política cobra fuerza – no sin grandes dosis de tolerancia impostada y sobre las fraudulentas bases de la defensa de las minorías frente a las presuntas imposiciones de la mayoría, identificada ésta como blanca, heterosexual y cristiana – en los años posteriores al estrepitoso desplome del bloque socialista en la Guerra Fría.
Aun resultando al principio chocante y ridícula, para sorpresa de propios y extraños fue erigiéndose como el único criterio válido a la hora de establecer los parámetros morales del presente, al punto de haberse convertido hoy en uno de los credos más opresivos que en la Historia han sido, pues sus gregarios, mediocres y definitivamente atorrantes adláteres (en su mayor parte burócratas colocados a dedo con cargo a unos contribuyentes que, a la vez que exprimen, hacen la vida imposible) por carecer carecen hasta de las restricciones (la estupidez no conoce límites, ya se sabe) con las que en condiciones normales han contado los clérigos de esas religiones instauradas a través de códigos revelados.
No publicar las nacionalidades de los delincuentes porque ello podría «ser mal interpretado» (sic), cuartos de baño «neutrales» para no ofender a los transgénero (¡!), utilización profusa del lenguaje inclusivo (pues ahora «todos» no son «todos» si faltan «todas») para contentar a «bienpensantes y «bienpensantas», listas de disfraces «no recomendables» (tal cual) para lucir en carnaval, obras clásicas donde de forma y manera inverosímil los protagonistas son encarnados por actores negros a fin de lograr una «correcta integración” (¿?)…son algunos de los «logros» de este McCarthysmo pseuducultural pseudoizquierdista que, sin embargo, cuenta con poderosísimos (desde los gigantes tecnológicos de Silicon Valley a la industria de Hollywood pasando por los principales emporios mediáticos, ninguno «comunista» precisamente) patrocinadores.
Porque, sin duda, lo más curioso de este funesto sistema de creencias que impregna todos los aspectos de la política y la sociedad actuales dictaminando lo que puede ser discutido y lo que no por constituir un tabú es que, obrando en sus inicios como un pretendido instrumento de legitimación para los nostálgicos/epígonos del llamado «socialismo real» como uno de los muchos sucedáneos del mismo, a la larga a quienes ha beneficiado realmente han sido a los adalides de la globalización neoliberal en su objetivo de someter a los pueblos del mundo a sus abusivos y explotadores parámetros.
Sea como fuere da la impresión que, tras décadas de hegemonía absoluta, y muy al contrario de otras calamidades que asolan nuestro tiempo, los anatemas («fascista», “inconstitucional”, «misógino», «homófobo», “xenófobo” o «racista») con los que esta Gestapo del pensamiento condena al ostracismo a los díscolos de sus desquiciados dogmas han ido perdiendo su capacidad intimidatoria. Cada vez son más los ciudadanos de a pie que vuelven sus ojos a aquellos infinitamente más sensatos principios tradicionales con los que vivieron y progresaron antaño sus padres, igual que cada vez son más los intelectuales que la perciben como un solapado totalitarismo que, con la excusa de defender a los débiles y la imposición de una neolengua orwelliana, está socavando pilares fundamentales de eso que todavía llamamos Civilización Occidental.
Sí, la gente se está hartando (y mucho) de que le obliguen a cogérsela con papel de fumar. Es el primer paso para acabar con semejante engendro. Si bien su derrota final solo llegará expulsando de los presupuestos públicos a los innumerables desaprensivos y sinvergüenzas que, cual redivivos inquisidores, alimentan al monstruo mientras continúan chupando del bote.
RICARDO HERRERAS
Interesante reseña, habrá que leer ese ensayo. Aunque, de entrada, mi opinión es que la educación, la apelación a la conciencia y los códigos éticos no sirven de gran cosa: no dudo de que la mayoría de ciudadanos, políticos y funcionarios que no se corrompen obedezcan a su conciencia, pero siempre habrá una minoría (con frecuencia inmensa, y en todo caso más que suficiente) refractaria a esos valores y con la conciencia lo bastante elástica como para corromperse a la menor oportunidad.
Por otra parte, tampoco creo que el Código Penal sea la solución: sospecho que esa norma sólo la cumplen, mayormente, los que no necesitarían de su existencia. El ser humano tiene una enorme capacidad para asumir riesgos (en gran medida, fruto de nuestra capacidad de autoengaño), y el corrupto asume el riesgo penal sin vacilar, por duras que sean las sanciones. Ni que decir tiene, hay que sancionar ciertas conductas. Pero no creo que ello evite que tales conductas se produzcan.
La solución, en mi opinión, está más en el Derecho dministrativo que en ninguna otra parte. Tenemos un sistema que, en gran medida, es una coladera para las malas prácticas: leyes infestadas de conceptos jurídicos indeterminados, que reconocen al poder político la capacidad discrecional de tomar decisiones de enorme impacto económico (váse el urbanismo y la legislación medioambiental), irregularidades varias que se consienten sin consecuencias jurídicas reales (véas el silencio administrativo) procedimientos mal diseñados que no garantizan nada, y, en el caso de la Administración local, una politización absurda de decisiones burocráticas… Creo que un diseño más riguroso de los procedimientos, una reducción drástica de la discrecionalidad admiistrativa y de la indeterminación de ciertos conceptos jurídicos y una reducción igualmente drástica del poder de inmisión de las administraciones en las actividades económicas harían más contra la corrupción que los códigos éticos y penales…
Pero, ya digo: habrá que leer el ensayo del profesor Fernández Asenjo para opinar con mayor fundamento.
Usted dice: “…una reducción drástica del poder de ‘inmisión (¿intromisión?) de las administraciones en las actividades económicas harían más contra la corrupción que los códigos éticos y penales…”.
No sé si se refiere concretamente a la Administración de Justicia u a otras excluyendo a ésta. En todo caso si no hubiese un control de las actividades económicas y de las empresas, sociedades, etcétera por aquélla y otras instituciones, organismos y entidades públicas me temo que esto sería ‘Sodoma y Gomorra’. El poder económico, en la sombra o a la luz, y sus grupos de presión o ‘lobbies’ poderosos harían y desharían a su total antojo.
El problema de la corrupción tiene un origen sociocultural con unas raíces profundas que en ciertas Civilizaciones y Culturas se remontan a muchos siglos o incluso a su origen. Entonces acabar con ella es extremadamente difícil especialmente cuando quienes las perpetran no reciben su castigo, yéndose de rositas, lo reciben de forma ocasional y aleatoria o bien reciben una sanción muy mermada o de escaso peso disuasorio. Esto consigue que el corrupto reincida con frecuencia confiando en salir nuevamente impune y airoso, y por ello servirá de ejemplo para otros y/o conseguirá que se le unan otros pues no haber recibido castigo o haberlo recibido en una cantidad asimilable o simplemente haciendo creer que recibirlo es cuestión de suerte, mala, es todo ello una invitación a la corrupción y a corromper a otros.
Así esforzarse en educar en valores es primordial pero debe acompañarse de instituciones con medios humanos, materiales y recursos suficientes con los que puedan luchar contra la corrupción y los corruptos de manera eficiente, eficaz impidiendo cualquier ‘vía de escape’ e imponiendo, siguiendo la ley, sanciones o penas proporcionales y proporcionadas pero suficientemente disuasorias.
Por último, los controles y quienes están facultados para llevarlos a cabo también a su vez deben ser vigilados o supervisados y eventualmente sancionados, de modo que el ‘circulo’ de control y lucha contra la corrupción se cierre.
Por si no lo hubiera visto le citan a usted Sr. Chavez en el Confidencial. Se trata de un artículo “quien pierde paga, cada vez menos gente litiga contra la administración”.
Para quien lo quiera leer:
https://www.elconfidencial.com/espana/2019-02-16/costas-judiciales-contencioso-administrativo_1828498/
Vaya. Muchas gracias por la información. Un saludo