LUCIDEZ VERSUS OFUSCACIÓN
24 DicHay dos tipos básicos de turbación: la provocada por el paso de la oscuridad a la luz (es lo que llamaríamos “lucidez”) y la inversa, la producida por el paso de la luz a la oscuridad (que bien podríamos definir como “ofuscación”). El filósofo griego Platón, en su hermoso mito de la caverna – donde aborda la visión de la naturaleza humana, la teoría de las ideas y el doloroso proceso mediante el cual se accede al conocimiento – aludió de algún modo a ello, dejando claro que el primer caso suponía abandonar el mundo de los espejismos para acceder al de la verdad (ahora estoy hablando de “LA VERDAD”, no de “MI VERDAD”, quede claro) de las cosas.
Paradójicamente, la lucidez tiene algo de cegador (incluso de malditismo: ¿no era Lucifer el “ángel de la luz”?) y, bien pensado, no es que nos proteja precisamente de los aspectos digamos “negativos” de la realidad. Saber por qué estamos tristes nos hace menos idiotas, es cierto, pero no menos tristes. Eso explicaría el por qué los grandes pensadores, artistas, etc., de todos los tiempos han sido, además de personas altamente sensibles, por lo general seres pesimistas casi siempre inmersos en un fondo de amargura. En palabras del irreverente Charles Bukowski, “la tristeza es causada por la inteligencia”. Así las cosas, la lucidez podría parecer hasta una inteligencia inútil.
Por otro lado, es muy probable que los seres humanos estemos en realidad poco preparados para la verdad al ser ésta normalmente dura, cruel, dolorosa e incluso demasiado lógica, venir las más de las veces envuelta en corrupción y en el fondo no dejar bien parado a casi nadie.
Pero a pesar de todas estas “contraindicaciones”, el amor profesado al conocimiento es uno de los más hermosos por desinteresados y puros que existen y precisamente por ello merece la pena cultivarse, como el que le profesan todos los filósofos que se precien de auténticos (los cuales aman “saber por saber”) y no los impostores sofistas.
Además, una vez que empiezas a saber, es muy complicado fingir que no sabes; al contrario, cuanto más conoces, más quieres conocer. Es algo parecido a beber agua salada: cuanta más bebes, más sed tienes. Hagan la prueba, sino.
Tengamos en cuenta asimismo que, salvo improbables reencarnaciones, únicamente somos huéspedes circunstanciales del planeta tierra. De acuerdo con esta premisa – y aparte de intentar extraer aquellas cosas buenas de la vida, compartir nuestra felicidad interior (de existir, estará ahí dentro desde luego, no fuera) con los demás, no dejarse ganar por el mal y, en la medida de lo posible, evitar el dolor – convendría no cerrar los ojos a lo que acontece a nuestro alrededor, potenciar nuestra curiosidad natural, hacernos preguntas, cuestionarnos cosas…aunque solo sea para saber de qué va el “tinglado” que hemos montado aquí. En última instancia, lo mismo que la escasez de alimentos acaba con la salud del cuerpo, la escasez de conocimientos termina deteriorando la del alma.
Creo que hay un dicho que reza “Cuanto menos se sabe, mejor se duerme”. Puede ser. Al fin y al cabo, cada cual es libre de elegir su particular opción vital, incluida su propia turbación. Pero personalmente debo decir que ésta en concreto no me resulta satisfactoria. Quizás porque, como con gran acierto escribió Baroja en El árbol de la ciencia, “A más conocer, corresponde menos desear”. Dicho de otra forma, se trata de conocer más y mejor para desechar lo superfluo amén de apreciar ya solamente aquello que merezca la pena.
¡Apuesto por ello! ¿Y ustedes?
RICARDO HERRERAS
El mito del periodista intocable
23 Dicde http://INICIATIVADEBATE.NET/2017/12/23/el-mito-del-periodista-intocable/
Parece ser que en la imaginación de algunos profesionales existe un pacto no firmado según el cual, primero, cuando alguien se mete en política tiene prohibido criticar al pueblo, porque también según no se sabe qué tipo de realidad, en el momento en el que profesionalizas tu vocación dejas de ser pueblo. Segundo, y esto es lo más importante, jamás puedes criticar a un periodista, porque los periodistas en nuestra distopía de no-ficción son virginales seres de luz; quimeras de tal pureza y fragilidad que pueden llegar a desvanecerse incluso ante una simple mirada reprobatoria.
Pero esto solo ocurre en su pervertida imaginación, porque hasta en esta distopía, el periodista habitual suele ser un simple mercenario paniaguado y sin los suficientes arrestos como para buscarse la vida en algo un poco más digno y poder dejar de cumplir tan vergonzosa misión. Y debe ser la propia vergüenza la que hace que respondan como una manada de fieras heridas cuando alguien con capacidad de difusión señala la mezquindad de uno de sus miembros. ¿Pero quién o qué os habéis creído que sois?
No, amiguete, el ser periodista o sexador de pollos no te hace inmune a la crítica ni te da derecho de pernada. Tú, siendo periodista o sin serlo, puedes soltar toda tu bilis o la de tu jefe, pero teniendo siempre en cuenta que te puede venir devuelta y con creces. Y es que si algún día tuvisteis inmunidad porque vuestros amos eran los dueños de la imprenta, olvidaos, porque ahora, y hasta que nos la roben, todos tenemos una imprenta, y se os ha jodido el invento.
Señalar al periodista –como al miembro de cualquier otro colectivo o profesión– que sea un ser despreciable, o llamarle por su nombre, es una práctica sanísima y que se tiene que poner de moda, para que algunos empiecen a entender que su libertad es compartida con muchas otras libertades.
Y es que hay que ser muy miserable para dedicar un artículo a humillar a alguien que, caiga mejor o peor y se compartan o no sus convicciones, nunca debería estar en una prisión, y mucho menos de forma preventiva. Así que, @OLFonseca va a tener que acostumbrarse, y sus infinitos guardaespaldas que se vayan quedando con la copla, porque ahora que tenemos claro que les escuece, ya sabemos lo que hay que hacer.
Aquí el origen de la cruzada corporativista:
Y aquí una pequeña muestra de los/as indignadísimos/as “profesionales” (por la parte de las narices):
TRAVESÍAS DE PESIMISMO Y DESAZÓN
17 DicEstoy convencido que esto de escribir algo de verdadero mérito va inevitablemente asociado a la violencia de espíritu. Sí, he dicho bien. Me explicaré: no pocos autores contemporáneos publican hoy un tipo de literatura harto insípida que refleja o bien una personalidad demasiado “amable” o bien un desmedido respeto hacia la ominosa dictadura de la corrección política o bien no inquietar en exceso las autocomplacientes conciencias de un público cada vez más confinado en burbujas de irrealidad. ¿Dónde fueron a parar, pues, la rabia, el desasosiego y la mala uva? En realidad, la literatura (como el resto de manifestaciones artísticas) con mayúsculas casi nunca ha sido ni amable ni simpática, pues todo autor que se precie de tal suele estar en perpetua guerra civil consigo mismo, boxeando con sus fantasmas particulares, a medio camino entre la amargura y la locura.
Digo esto a propósito de que en estas pasadas semanas he vuelto a releer una de esas novelas que sí se puede decir te cambian la manera de ver la vida. La que, en mi adolescencia, me dejó a la vez atónito, seducido y fascinado por su atroz desesperación e incómoda negrura. La que, en definitiva, me enseñó que hay que estar dotado de mil demonios internos y una dolorosa lucidez para escribir algo realmente perdurable y que merezca la pena: Viaje al fin de la noche.
Escrita en el ya lejano 1932 y a través de su alter ego Ferdinand Bardamu, el polémico, genial e influyente escritor francés Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) transita en ella por algunas de las experiencias vitales más extremas de principios del pasado siglo XX (como la locura homicida de la Gran Guerra, la supervivencia en unas colonias africanas convertidas en auténtico “corazón de las tinieblas” o la durísima vida como inmigrante en una América kafkiana, tres espeluznantes reflejos del lado oscuro del Occidente capitalista), a las que habría que sumar la estancia en un sombrío manicomio para huir de dicha carnicería bélica, la asistencia como médico a pacientes terminales de los barrios bajos parisinos o el amor imposible hacia una prostituta.
Pero lo que hace único por perturbador a este libro es el modo en que Bardamu va a emprender esa odisea infernal, dejando de lado cualquier atisbo de heroísmo y esperanza, vomitando un sarcástico, brutal y cínico desprecio contra todo y contra todos a través de una prosa tensa, quebradiza y mordaz que a ratos roza directamente la insolencia y acaba por provocar un extraño efecto de pegajosa sordidez en el lector, destacando su marcado gusto por encadenar sentencias lapidarias (a ver quien es el guapo que se aplicaría la mítica “En la vida hay que elegir, mentir o morir” en unos tiempos donde nuestras muchas miserias cotidianas se dan de bruces con las infinitas chorradas buenrrollistas que colgamos en las redes sociales) que, una tras otra, van resonando en nuestro cerebro como auténticos cañonazos de dinamita verbal.
Con el paso de los años, y a pesar de mi particular bagaje de heridas en el corazón y cicatrices en el alma, sigo sin poder justificar el proceder de su atribulado protagonista y muchísimo menos el trasfondo ideológico que de algún modo explicaría la ubicación política de su muy controvertido autor (virulento antisemita, misántropo recalcitrante, filofascista declarado, colaboracionista bajo el régimen de Vichy) tiempo después tras el pacifismo anarcoide de su juventud. Admito eso sí que, de acuerdo a lo que veo a diario, cada vez entiendo más al torturado Bardamu, su nula creencia en la bondad y la honradez, su nihilismo, su desencanto, su escepticismo. Porque su particular viaje al fin de la noche constituye una de las más sobrecogedoras rutas por los abismos y pesadillas de la condición humana, desde la mezquindad de quienes desde arriba manejan el cotarro a la zafiedad de un pueblo demasiadas veces convertido en chusma y/o populacho.
Cima literaria universal, obra maestra absoluta, redonda, total, definitiva, de lectura imprescindible y relectura periódica. Ahí queda eso.
RICARDO HERRERAS
Neutralidad de la red: ¿realidad o utopía?.Fiscales de EEUU anuncian demandas para evitar el fin de la neutralidad de internet
15 DicNeutralidad de la red: ¿realidad o utopía?, el último libro de Mercedes Fuertes
Pocos temas jurídicos representan mejor esta época compleja y acelerada en la que vivimos que este de la “neutralidad” de la red. Su complejidad deriva de que enlaza como pocos muchas cuestiones que no hace tanto tiempo parecían separadas y que hoy se nos presentan como absolutamente interconectadas: competencia, transparencia, servicio público, derechos fundamentales… con una amalgama de implicaciones económicas, políticas y jurídicas muy difícil de deslindar. Si uno quiere abrirse paso en esta espesa selva es imprescindible contar con un buen machete, so pena de quedar completamente enredado e inmovilizado, al albur de las peligrosas especies animales y vegetales que pululan en este hábitat, desde multinacionales a reguladores de toda laya. Pues bien, “Neutralidad de la red: ¿realidad o utopía?” (Madrid, 2014), el último libro de la catedrática de Derecho Administrativo y colaboradora de este blog, Mercedes Fuertes, constituye una herramienta ideal para todo aquél con suficiente valor para afrontar el reto.
Cuando se habla de neutralidad de la red, ¿a qué estamos haciendo referencia exactamente? Bueno, esto mismo empieza por no estar totalmente claro, porque el concepto se utiliza para casi todo, desde para denunciar los problemas de conectividad o del internet a dos velocidades, hasta para amparar la libertad de expresión. En realidad, la esencia del principio de neutralidad (al que se refiere expresamente el art. 9,2 de la Ley General de Telecomunicaciones) se resume en la idea de tratar sin discriminación los datos, los paquetes desagregados de información que transitan por Internet. Nadie puede desconocer que la red se ha convertido en un instrumento cuyas implicaciones de carácter público son extraordinariamente importantes. Como precisa la autora, Internet es más que un servicio público, es el soporte de muchos servicios de interés general, lo que condiciona el ejercicio de diferentes derechos fundamentales. Nada más natural, entonces, que predicar esa no discriminación a la hora de permitir la circulación de datos por las redes. No cabría permitir, en consecuencia, que un operador limitase o ralentizase la circulación de datos generados por un competidor de contenidos, por ejemplo. Tal limitación no solo afectaría a ese proveedor, sino también a los usuarios del servicio que se verían privados de disfrutar de esos contenidos con libertad e igualdad de oportunidades. La autora analiza perfectamente esta problemática y las soluciones ofrecidas tanto en Derecho comparado (especialmente en EEUU) como en el ámbito comunitario y nacional.
Lo que ocurre es que, como sabemos desde que Aristóteles formulase el principio de “justicia distributiva” en su ética nicomaquea, no es nada fácil concretar en la práctica qué es eso de la no discriminación. Porque no discriminar no es tratar a todo el mundo igual, sino tratar de manera igual a los iguales y de forma desigual a los desiguales. Y, en el mundo de hoy, valorar “desigualdades” es algo endiabladamente complicado, tanto sustantiva como procedimentalmente. Claro que podríamos hacer tabla rasa y predicar una igualdad total. Pero en ese caso habría que asumir -porque el espacio físico es limitado- que tal cosa implicaría dar prioridad a los gamberros de mis hijos cuando se descargan el último videojuego neuronalmente destructivo, frente a una conexión urgente entre hospitales en la que un neurocirujano informa a otro sobre una determinada intervención o sobre los datos que un coche sin conductor en circulación necesita recibir para gestionar correctamente su seguridad.
La cosa amenaza con complicarse todavía más cuando nos percatamos de que los principales paladines a favor o en contra de la “neutralidad” no son desinteresados servidores públicos, sino grandes compañías con muchos intereses económicos en juego. Para un gran proveedor de contenidos la neutralidad es algo sagrado, de un valor muy superior a la salud de los pacientes o a la seguridad vial. Para un proveedor de servicios una ficción sin contenido alguno. Pero no nos engañemos, no tienen mucha credibilidad aquellos grandes proveedores, como Netflix, que abogan por la neutralidad mientras trabajan por crear su propia red CDN particular para mejorar la calidad de su servicio: algo así como un Internet a dos velocidades a capón.
De ahí que, sin perjuicio del completo planteamiento jurídico contenido en la obra que ahora reseñamos, todo aquél interesado en la materia debería también bucear en esos conflictos de intereses y en la evolución técnica de esta problemática (aquí) que gira, como es normal, a gran velocidad.
En el fondo lo que trasluce debajo de esta polémica es un principio bastante general, que se aplica igual a la neutralidad de la red que a las sociedades cotizadas o al mercado hipotecario: allí donde hay verdadera competencia, transparencia, prensa libre y usuarios organizados, los problemas son mínimos. Cualquier gestor de redes se pensaría dos veces dar preferencia a ciertos clientes fuertes a cambio de una remuneración si eso supone perder cuota general de mercado. Pero, claro, allí donde esas circunstancias no se dan, los problemas se multiplican. En este último caso los esfuerzos del legislador deberían ir encaminados principalmente a conseguir esa competencia real y, mientras se consigue, intervenir con la finalidad de evitar abusos. Los principios, ejemplos y herramientas para hacerlo, los tiene el lector a su disposición en libro que comentamos.
de https://www.facua.org/es/noticia.php?Id=12248&utm_source=dlvr.it&utm_medium=facebook
Fiscales de EEUU anuncian demandas para evitar el fin de la neutralidad de internet
La medida de Trump provocará que proveedoras de internet podrán bloquear o ralentizar el tráfico de portales a su antojo.

Los fiscales de Nueva York y del Distrito de Columbia han anunciado que interpondrán sendas demandas para evitar que se materialice la decisión de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de suprimir la neutralidad en la red, una medida del mandato de Barack Obama que garantizaba internet como un servicio público en Estados Unidos.
Según informa elperiódico.com, el fiscal general de Nueva York, Eric Schneiderman, liderará una batería de demandas desde diferentes estados del país con la finalidad de «detener» el resultado de la votación en la FCC por la que se acaba con la norma de 2015, que impedía que las proveedoras de internet tuvieran potestad sobre el bloqueo o la ralentización de portales en línea.
Esta abolición, conducida en su momento por el expresidente Obama, conlleva que las proveedoras de internet puedan bloquear o ralentizar el tráfico de portales a su antojo, sin importar el tipo de contenido, ya sean medios de comunicación o webs de difusión de vídeos por ejemplo.
Schneiderman ha afirmado que «es un golpe a los consumidores y a todos los que se preocupan por una internet libre y abierta», quien consideró además que la aprobación de la nueva regulación supone «un regalo de Navidad anticipado».
En los últimos meses, el fiscal general ha liderado una investigación de su oficina sobre un registro masivo de comentarios en la propuesta de la FCC, en total veintidós millones, de los que al menos dos millones se produjeron desde identidades suplantadas. Es por este motivo por lo que instó junto a otros dieciocho fiscales generales, además de algunos miembros del Partido Republicano, que la votación se pospusiera. Algo que no sucedió.
Por su parte, el fiscal general del Distrito de Columbia, Bob Ferguson, mantiene la misma línea avanzó su intención de registrar una demanda, «junto con fiscales de todo el país», contra la aprobación de la Comisión para que se mantenga la neutralidad en la red. Para este fiscal, «dejar a los proveedores de internet que discriminen en base a los contenidos socava la internet abierta y libre».
Los proveedores de contenidos, que podrían verse afectados por la nueva regulación estadounidense, también han mostrado su indignación. La jefa de Operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, ha calificado de «decepcionante y dañina» la decisión de la FCC de poner fin a la norma de 2015, además de que una «internet abierta» es fundamental para «nuevas ideas y oportunidades económicas», ha añadido.
«Los proveedores de internet no deberían poder decidir lo que la gente puede y no puede ver en internet o cambiar los precios en ciertas páginas», ha afirmado Sandberg, quien ha anunciado que están «listos para trabajar con el Congreso por una red libre y abierta para todos».
Netflix, la plataforma de emisión de vídeos en línea ha asegurado a través de su cuenta en la red social Twitter que la aprobación les había «desencantado», y avanzó que es el comienzo «de una larga batalla legal».
El presidente del Caucus Demócrata en la Cámara de Representantes, Joe Crowley, ha señalado que suprimir la neutralidad en la red «limitará la capacidad de innovar de los estadounidenses», algo «inaceptable» pues afectará a la libertad para comunicarse entre personas.
EEUU pone fin a la neutralidad de la Red: estas son las consecuencias
La Comisión Federal de Comunicaciones ha aprobado un documento que acabará con la manera que teníamos hasta ahora de entender Internet y las redes de comunicación
Decisiones políticas y económicas se mezclan en una decisión sin precedentes cuyas consecuencias notaremos en Europa, aunque no de manera directa

EEUU se prepara ya para un nuevo paradigma. La neutralidad de la Red ha perdido y las empresas han ganado. La manera de entender las comunicaciones y las nuevas relaciones que se establezcan entre usuarios y proveedores de Internet a partir de este jueves se darán en un marco injusto y viciado por el mercado, los poderes económicos y los intereses políticos. Internet ya nunca volverá a ser como era.
El destino de la Red se encontraba escrito en 210 folios, los mismos que el jueves presentó Ajit Pai, el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) nombrado por Donald Trump en enero de este año, ante su propia comisión. La votación no arrojó ninguna sorpresa y ganó el nuevo texto.
«Si se revocan las leyes de neutralidad de Red en EEUU (…) los proveedores de Internet (…) podrían decidir qué empresas tendrán éxito en Internet, qué voces son oídas y cuáles son silenciadas», escribe en eldiario.es Tim Berners-Lee, uno de los padres de la World Wide Web.
La neutralidad de la Red es el principio que impide que Internet se convierta en un negocio. Es la barrera que evita que los proveedores de Internet (habitualmente conocidos como ISPs o Internet Service Providers) se enriquezcan modificando la calidad de los accesos, su disponibilidad o la velocidad. En definitiva, es la ley no escrita que obliga a estos proveedores a tratar todo el tráfico por igual, independientemente de donde venga.

¿Cuáles serán las consecuencias?
Serán muchas, pero las más importantes afectarán directamente a la forma de navegar en Internet de los usuarios estadounidenses. Los chicos y chicas de Break the Internet, una organización activista contra el fin de la neutralidad de la Red, han imaginado cómo será Internet después del día 14 de diciembre.
En primer lugar, los grandes proveedores de telecomunicaciones de los EEUU, entre los que se encuentran Comcast, Verizon y AT&T podrán bloquear contenido, ralentizar servicios y establecer un Internet de dos velocidades. Y todo esto sin olvidar la proliferación de servicios de zero rating.
En el paquete de medidas se incluye la más que previsible prohibición de BitTorrent, el programa para descargar archivos a través de P2P (peer to peer). Es la segunda parte de un capítulo que ya enfrentó en 2008 a Comcast contra el software de intercambio de archivos, a pesar de que por aquel entonces la FCC disuadiese al proveedor de comunicaciones de seguir adelante en su intento de bloqueo.
Esto es importante en un país en el que más de la mitad de los norteamericanos (el 51%) no tienen opción a la hora de decidir qué compañía de Internet contratan. El fin de la neutralidad de la Red también permitirá que los ISP puedan elegir qué servicios quieren ofrecer y cómo. El quién, naturalmente, será el usuario; que en función de lo mucho (o poco) que pague accederá a una oferta más o menos variada de servicios.
Y de la misma forma que un ISP podrá optar por cerrar o abrir más el ancho de banda, también podría crear un Internet de dos velocidades. Uno para los ricos y otro para los pobres, uno con autopistas de peaje y otro con carreteras comarcales, donde las grandes empresas fueran tratadas mejor por el simple hecho de ser multinacionales prestigiosas, en contra de las pequeñas con no tantos medios ni recursos a su disposición para pagar un Internet «premium».
La neutralidad de la Red es lo que garantiza que el ISP trate de la misma forma un contenido de Netflix que otro de Movistar+, por eso el acuerdo en ciernes entre Time Warner y AT&T (el segundo ISP en EEUU) atenta contra ese principio. Hace varias semanas, la Justicia estadounidense bloqueó la fusión entre ambas al considerar que vulneraba la competencia.

¿Cómo nos afecta en España?
El profesor en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Deusto e investigador en el grupo Deusto LearningLab, Pablo Garaizar, explicaba hace unos días en la Cadena SER que «hay algunos motivos para preocuparse». Se refería sobre todo al creciente dominio de las grandes empresas de Internet y a la cada vez mayor penetración de las Redes sociales en casi todos los ámbitos para explicar la falsa ilusión de «variedad en la oferta» que estas dan y cómo, al final, todas pertenecen a unas pocas empresas donde «el ganador se lo lleva todo».
Una consecuencia son los llamados servicios de zero rating, donde el proveedor de Internet ofrece un «paquete» con un coste muy por debajo del mercado, segmentando así su oferta y a sus usuarios, que en función del servicio que quieran (o que puedan pagar) disfrutan de una u otra cosa. Es lo mismo que Vodafone anunció este verano a través de sus «pases», en los que oferta un pack de servicios determinado en base a los gustos del usuario. El problema llega cuando se están primando unos servicios sobre otros en función del pase escogido, se cobra más al elegir una oferta con contenidos HD o la misma empresa acota qué entra en cada categoría.
A pesar de que España, al considerarse parte de la Unión Europea, está sometida a una legislación diferente, grandes cantidades de tráfico se intercambian diariamente con proveedores estadounidenses. Por poner un ejemplo, Adobe, Pepsi y Unilever fueron multadas en julio del año pasado al ser cazadas transfiriendo ilegalmente nuestros datos con EEUU.
Las tres empresas actuaron dentro siguiendo las directrices del Safe Harbour, el antiguo acuerdo de protección de datos que en octubre del 2015 fue prohibido gracias a Max Schrems, que demostró que nuestros datos no estaban seguros en suelo estadounidense. En el verano del año pasado se aprobó el Privacy Shield como sustituto del anterior, algo que tampoco convenció a expertos, working parties (grupos de trabajo) ni al propio Schrems, que calificó a la UE y al gobierno de Barack Obama de «miserables».
El Internet que conocemos ya no volverá a ser el mismo. Al menos siempre nos quedará ese magnífico texto de Martin Niemöller que empieza diciendo eso de «primero vinieron a por los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista…»
LA “PENÚLTIMA”
10 DicEstoy en uno de los pubs más antiguos de la ciudad. Una gran barra en forma de “ele”, unas pocas mesitas y unos sofás discretamente iluminados para que las parejas puedan darse besos de tornillo y magrearse un poco a partir de determinadas horas. No faltan los cuadritos con marcas de ginebra y cerveza, la diana para jugar a los dardos, la macro pantalla televisiva para ver los partidos del Real Madrid-Barça o la inefable máquina tragaperras.
Cerca de mí, una pelirroja con un vestido negro ajustadísimo – tanto, que no sabría decir si ella está fuera y trata de meterse dentro de él o bien ella está dentro e intenta salirse fuera del mismo – me ha lanzado una de esas miradas que a uno le harían desear ser más joven, guapo y, por qué no decirlo, tener la cartera repleta de billetes de cincuenta euros, pero a la vez te recuerdan que no es así. Lástima.
Miro el reloj. Momento de regresar a casa, no sin antes cumplir con el rito de tomar la “penúltima” en el bar de uno de mis mejores amigos. Es verdad que C…hace ya un buen rato que ha apagado todas las luces de su coqueto local salvo las que se proyectan sobre el limpio y recogido mostrador. Por suerte éste es un tío majo y me permite apurar, con parsimonia y delectación, dicha copa, mientras él termina de hacer sus cuentas en un rincón y quién sabe si también de rellenar la quiniela.
Cuando, a altas horas de la mañana, la luz artificial colorea de ámbar las sombras de la noche, los taxis cruzan las avenidas vacías en medio del asfalto humedecido por la bruma y la leve e inevitable melancolía se apodera de casi todos nosotros, resulta agradable estar ahí solo (es mejor beber acompañado, lo sé, pero en buena compañía, claro) en silencio, retrepado en la silla, con la bebida entre las manos como quién reza una oración y la grandísima suerte de contemplar con nitidez lo que tanto nos cuesta distinguir en condiciones digamos “normales”, esto es, la vida; en concreto, esa clase de vida que hace que todavía tengamos esperanzas aun cuando en el fondo sepamos con certeza que existen muy pocas posibilidades de éxito porque ya empezamos a acumular demasiadas “penúltimas” cosas en ella.
Pero para vislumbrar tal imagen de la existencia a través de un pequeño objeto de vidrio lleno de licor, además de cierto estilo, se requiere sensibilidad. Porque, al contrario de lo que se piensa, beber no conlleva necesariamente tener que emborracharse hasta caer de culo. Si se hace, suele aflorar a la superficie el lado oscuro de nuestro carácter y nos acabamos transformando en unos pelmazos y groseros de cuidado.
Lo ideal, en cambio, es alcanzar esa plácida sensación de ver doble cuando todo alrededor se torna como de otra luz. Dicho con otras palabras: no llegar a estar tan borrachos como para no darnos cuenta de que empezamos a estar borrachos. Es más, pienso que quienes no saben beber, mejor sería que no lo hiciesen, so pena de mostrarse luego demasiado efusivos con las farolas o acabar tirando piedras a los escaparates de las tiendas.
Un “buen” bebedor no compite ni discute. Tampoco es aconsejable beber para olvidar: como diría Breton, primero hay que olvidar y luego beber. Es cierto que el alcohol te aleja de la triste realidad durante un rato, pero no es menos cierto que luego te devuelve a ella por un camino sembrado de minas. ¿O no?
En medio de tanta reflexión “alcohólica” propiciada a buen seguro por el agradable sopor que provocan los vapores etílicos, dejo el vaso en la barra, me despido de mi paciente amigo y salgo a la calle de madrugada – la cuál siempre huele a pan tierno y sueños infantiles – esta vez sí camino de casa, instante que aprovecho para prometerme a mí mismo que ese Dry Martini es el último que tomo en el próximo y pasado siglo…
RICARDO HERRERAS
MITCH
3 DicCuando lo vi por vez primera en una peli que echaban por aquella TV en blanco y negro de los 70´ supe de inmediato que sería mi actor favorito. Entonces me llamó la atención su particular y cansada forma de andar (él decía que para “meter tripa”), a la manera de un ganso, que luego yo en vano remedaba al pasar ante las chicas a las que quería impresionar, sin darme cuenta todavía de que a los grandes de verdad no se les puede imitar.
La suya fue una existencia de leyenda, repleta de alcohol, escándalos (incluido el de su detención y posterior encarcelamiento por posesión de marihuana), amoríos con guapísimas compañeras de profesión (caso de Ava Gardner o Shirley MacLaine, y eso a pesar de estar casado durante toda su vida con la misma mujer), conflictos con directores/productores y boutades (las cuales, por sí solas, llenarían un libro entero) soltadas a la cara de los despistados gacetilleros que, en vano, tantas veces trataron de entrevistarle con un mínimo de seriedad. Su infancia y juventud transcurrieron ya de un modo muy poco convencional: adolescente vagabundo, polizonte del ferrocarril en la época de la Gran Depresión, boxeador amateur, pequeño delincuente…todo ello antes de encontrar su primer trabajo en la llamada Meca del Cine a comienzos de los 40´ al que siguieron muchos otros en cinco décadas de notoria actividad.
Los “ingredientes” naturales con los que contaba este icono de la gran pantalla – masculinidad poderosa, humor cáustico e indiferencia existencial – le hicieron acreedor a ser uno de los primeros antihéroes modernos e inventor casi absoluto del cool cinematográfico. No hay que olvidar que Mitchum forjó su talento dentro de los parámetros del noir clásico interpretando a perdedores contumazmente perseguidos por la fatalidad. Pero bajo su imagen de tipo duro y descreído, bajo su pétrea máscara de lacónico cinismo e ironía sutil, tras esa somnolienta y socarrona mirada del “viva la Virgen” que ya lo ha visto todo y está de vuelta, tras esa actitud indolente y despreocupada de quien no se toma nada demasiado en serio, el bueno de Bob escondía un hombre culto que jugaba a no parecerlo y un sentimental en toda regla al que la fama jamás se le subió a la cabeza. Un hombre extraño y complejo, desde luego.
Así, sin necesidad de pasar por el Actor’s Studio (ni falta que le hizo: le bastó con su anguloso careto de hurón, su cuerpo enorme, su sobria gestualidad, en definitiva, con su carisma y magnetismo frente a la cámara), Mitch se dedicó durante casi medio siglo a pulir con paciencia y sin aparente esfuerzo el arquetipo del romántico outsider en inolvidables personajes de cowboys crepusculares, aventureros desengañados, detectives enamoradizos, predicadores enloquecidos, ex convictos altamente peligrosos o heroicos soldados a su pesar. Unas “vidas” de película que componen el espectacular currículum del chico más salvaje (con permiso de Sam Peckinpah) y provocador de aquel Hollywood dorado.
En realidad, Robert Mitchum era (como Bogart, Cagney, Wayne y toda esa pléyade de irrepetibles intérpretes de raza, hechos a sí mismos) puro estilo, una manera de beber y de fumar (el sempiterno cigarrillo que llevaba en la boca parecía estar siempre en perfecta simetría con su particular rostro asimétrico coronado por esos característicos ojos tristes y descabalgados suyos), una inconfundible forma de ser y de estar, todo un tío en resumen, de los que ahora no quedan ni en el celuloide ni en la vida real.
El pasado julio se cumplieron diez años en que no está con nosotros, pero sus películas continúan ahí, y ése es en definitiva el mayor legado de quien hoy es considerado unánimemente como uno de los reyes de las salas oscuras, devolviéndonos cada vez que lo vemos de nuevo en acción en las mismas la extraña belleza que encierra el desencanto.
RICARDO HERRERAS
NUEVA LEY DE CONTRATOS DEL SECTOR PÚBLICO: INTEGRIDAD Y ESTRATEGIA COMO OBJETIVOS IMPERATIVOS.
1 Dic
José Manuel MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, Doctor en Derecho. Secretario de Ayuntamiento. Experto en sufrir la legislación de contratos y en su aplicación práctica.
La contratación es el sector de la gestión pública más proclive a la corrupción en todo el mundo, como han puesto de manifiesto diferentes estudios internacionales, y España no es nada ajena a esta lacra. La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ha estimado que en nuestro país sufre unas pérdidas por malas prácticas en la contratación pública de unos 47.500 millones de euros al año, en torno a 20.000 hurtados por prácticas directamente corruptas, y el resto por falta de una competencia efectiva al no articularse adecuadamente procedimientos con concurrencia competitiva.
La Ley 9/2017, de 8 de noviembre de 2017, de Contratos del Sector Público, por la que se transponen al ordenamiento jurídico español las Directivas del Parlamento Europeo y del Consejo, 2014/23/UE y 2014/24/UE, de 26 de febrero de 2014 (LCSP en adelante) está llamada a poner coto a esta patología y a lograr una mayor eficiencia social de los recursos que se gestionan mediante contratos todo el sector público estatal, autonómico y local. La exposición de motivos de la Ley nos anticipa que “trata de diseñar un sistema de contratación pública, más eficiente, transparente e íntegro, mediante el cual se consiga un mejor cumplimiento de los objetivos públicos, tanto a través de la satisfacción de las necesidades de los órganos de contratación, como mediante una mejora de las condiciones de acceso y participación en las licitaciones públicas de los operadores económicos, y, por supuesto, a través de la prestación de mejores servicios a los usuarios de los mismos”.
En parte la Ley se ha ‘beneficiado’ de su largo trámite de aprobación, debido a la fragmentación parlamentaria (la Ley llega con casi dos años de retraso a la fecha máxima de transposición de las Directivas). Ello ha permitido un amplio debate doctrinal y político que ha acabado por llegar al texto legal, con casi mil enmiendas introducidas en el anteproyecto de Ley. Especialmente relevantes son medidas incorporadas en materia de transparencia para tratar de prevenir la corrupción y garantizar mejor el “nuevo” principio de integridad; y también las referencias para imponer la utilización estratégica de la contratación pública.
Pero esa incorporación de enmiendas también ha tenido un efecto negativo: el resultado final es un texto muy extenso y complejo, con más de 400 preceptos, con remisiones constantes y reiteraciones innecesarias, y con algunas incongruencias fruto de añadidos parciales que no retocaron otros preceptos relacionados. Pese al mantenimiento de la arquitectura procedimental y tipológica de la regulación anterior, la nueva Ley está plagada de novedades importantes, y constantemente tachonada de cambios casi en cada precepto, algunos difíciles de apreciar en una primera lectura, pero de hondo calado. La Ley supone una reforma integral del edificio que alberga la regulación de la contratación pública, del que solo se ha conservado la estructura y la fachada.
En los aspectos positivos, la principal novedad de la Ley es sin duda haber incorporado los dos objetivos básicos de la misma como obligaciones imperativas para los órganos de contratación. La exposición de motivos precisa con claridad cuáles son esos objetivos:
- “en primer lugar, lograr una mayor transparencia en la contratación pública, y
- en segundo lugar, el de conseguir una mejor relación calidad-precio”.
El primero de los objetivos busca evitar la corrupción aumentando las medidas de transparencia. Como señala la Directiva 2014/24 en su considerando 126 “la trazabilidad y transparencia de la toma de decisiones en los procedimientos de contratación es fundamental para garantizar unos procedimientos adecuados, incluida la lucha eficaz contra la corrupción y el fraude”. El principio de «integridad» se proclama ahora como uno de los principios básicos de la contratación pública en el artículo 1 de la Ley. Y no se trata de un mero principio programático, sino que a lo largo del articulado de la Ley se traduce en disposiciones imperativas para garantizar su materialización sobre la base de mejorar la transparencia en todas las fases de la vida de un contrato. Además, la nueva Ley de contratos, exige a los órganos de contratación “tomar medidas adecuadas para luchar contra el fraude, el favoritismo y la corrupción” (art. 64.1).
El segundo de los objetivos supone abordar la contratación pública no sólo como un fin en sí mismo, para cubrir las necesidades de obras, servicios y suministros en las mejores condiciones de calidad precio, sino como un instrumento al servicio de las políticas públicas que marca la «Estrategia Europa 2020, una estrategia para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador» (Comunicación de la Comisión de 3 de marzo de 2010). Las Directivas de contratación de 2014 han incorporado los objetivos de la Estrategia Europa 2020, disponiendo que la contratación de la Unión debe ser utilizada de manera «estratégica», para implementar con los recursos que se invierten mediante contratos, las políticas de la UE y nacionales en materia social, medioambiental, de innovación, y de promoción de la participación de las pequeñas y medianas empresas en la contratación pública (considerandos 3 de la Directivas 2013/23; 2 de la Directiva 2014/24; y 5 de la Directiva 2014/25).
En los aspectos negativos, la crítica que nos merece la Ley es también doble:
a) Por un lado, se ha permitido que diferentes lobbies hayan conseguido acomodar en el texto final sus intereses particulares, muchos de ellos con objetivos divergentes con el interés general: la ampliación indeterminada de plazos en los contratos de servicios y de concesión (art. 29); el sometimiento a recurso especial del rescate de las concesiones y las mayores exigencias para ello (arts. 44.2.f; 279.c) 294.c); las genéricas excepciones a la división en lotes (artículo 99.3); la limitación de la adjudicación al mejor precio (art. 145), en especial en los trabajos de ingeniería y arquitectura (art. 145.3 y 4, y D.A. 41ª); el pago por disponibilidad en las concesiones de obras (art. 267.3); los contratos de servicios público sin riesgo (art. 312); etc.
b) Por otro, la Ley no prevé sanciones expresas nuevas para los expedientes de contratación en los que no se materialicen esos objetivos, salvo la calificación de nulidad de los contratos que no se anuncien en la Plataforma de Contratos del Sector Público (algo ya obligatorio desde finales del año 2013, impuesto por la Ley de Garantía de Unidad de Mercado, pero incumplido por la inmensa mayoría de entidades públicas, como ha denunciado Transparencia Internacional). Así, no hay medidas especialmente relevantes para prevenir prácticas manipuladoras de los contratos en su fase de preparación; la regulación de los criterios de adjudicación no incorpora la clara doctrina legal que precisa cómo han de valorarse las ofertas; en la fase de ejecución, no se refuerzan las medidas de control para garantizar el efectivo cumplimiento de lo contratado, además de abrirse de nuevo la vía a las modificaciones contractuales, añadiendo nuevos supuestos a los previstos en las Directivas (llama la atención un 3% sin tramitación, porcentaje muy ligado a casos de corrupción en nuestro país -art. 242.4.c.ii). Y pese a proclamar la obligatoriedad de facilitar la participación a las pymes en los contratos públicos, promover la innovación empresarial e incorporar en todos los contratos consideraciones de tipo social y de innovación, no hacerlo carece de sanción expresa y directa de la Ley. Especialmente grave nos parece lo limitado de las medidas para facilitar la participación de las pymes en la contratación pública y promover la innovación, elementos claves para los objetivos de la Estrategia Europa 2020, pues la mejor política social es lograr empleos de calidad, y potenciar a las pymes innovadoras es esencial para ello.
La creación de nuevos organismos para control de la contratación (Oficina Independiente de Regulación y Supervisión de la Contratación, art. 332) no parece que vaya a ser más eficaz en el combate de las ilegalidades que un refuerzo de medios humanos e independencia en los órganos jurisdiccionales y de fiscalización interna y externa.
La nueva LCSP nos parece, por lo tanto, un texto que llega con casi dos años de retraso a la fecha máxima de transposición de las Directivas, un texto farragoso y con importantes novedades, que quedará de nuevo al albur de los gestores para una correcta aplicación que garantice el cumplimiento de sus objetivos básicos de integridad y estrategia, y a las correcciones puntuales que puedan hacer los Tribunales, especialmente los Administrativos de Recursos Contractuales. Para este viaje, no hacían falta tantos y tan largos artículos.
León, 28 de noviembre de 2011
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